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VolverRafael Orozco, El Canto Y La Risa De Un Inmortal
Fuente: El Espectador http://www.elespectador.com | Fecha: 2017-06-20 | Visitas: 11981
Se cumplieron 25 años de la muerte del cantante vallenato Rafael Orozco y Codiscos le rinde homenaje publicando una colección con 20 de sus títulos memorables. Recordamos parte de la historia del artista.
Esa noche del 11 de junio de 1992, la risa y el canto del muchacho que había vencido las dificultades dentro y fuera de su tierra natal, se marchaba sin despedida. Diez dardos mortales, cegaron su vida, la misma que en segundos, pasó a la inmortalidad. Abrazado a él, estaba Clara Elena, su compañera, su novia eterna, lo miró cubierta de llanto, mientras trataba de reanimar el cuerpo. No pudo hacer nada. Vio como él subía al cielo a hablar con Dios, al tiempo que relataba para ella cómo fueron esos amores con Rafael José: “Estaba comenzando el año de 1975, él llegó con toda su familia a Urumita, La Guajira, a la misa de un hermano mío. Nuestras miradas se encontraron varias veces y nos enamoramos sin decirnos nada. Fue un amor a primera vista. Él me busca, igual hacía yo. Sentía que me miraba y estaba pendiente de mí”. Su imaginación volaba y sin detenerse decía, “estudiaba en el Colegio La Sagrada Familia y a él lo acaban de echar del Loperena por tremendo. Se fue a terminar el bachillerato en el Ciro Pupo de la Paz, Cesar”.
“El aprovechaba, que “Checho” Corrales, compañero de andanzas y expulsado con él, era de mi pueblo, para mandarme todos los viernes recados amorosos en papelito, esquelas, cartas, que guardaba con mucho cuidado, ya que mis padres eran celosos. Nunca nos pudimos ver a escondidas. Solo en Barranquilla pudimos realizar todo lo que nuestro amor tenía para los dos. Nos casamos en la iglesia Santa Bernardita el 5 de marzo de 1977. De todo ese afecto nacieron nuestras hijas Kelly, Wendy y Loraine, quienes llevan a mucho honor, todo lo vivido por Rafael y yo”.
Desde ese instante hasta hoy, han pasado veinticinco años, sin su presencia física, más sí, la confirmación, de la vigencia de su obra musical.
Pero, ¿quién es esa persona, que escaló la gloria más temprano que tarde y alzó vuelo al infinito, a los treinta y ocho años?
Estuve en su tierra conocida como Becerril del Campo, en donde ya quedan pocos de esos amigos que crecieron con él. En nicho natural, el ruido musical de su obra se divulga en los grandes equipos de sonidos, que ponen en las esquinas. Allí nació el 24 de marzo de 1954 en el hogar de Cristina Maestre y Rafael Orozco, quienes conformaron una familia con trece hijos. Sus padres habían llegado de Zambrano, un caserío cercano a San Juan del Cesar, La Guajira. Rafael José, desde pequeño se dedicó a llenar las vasijas con agua del río Maracas y venderlas en el burro “Ñato”. Siempre me dijo, que le gustaba ese oficio, solo por contemplar la música que brotaba del choque del agua con las piedras. “Eso me hizo musical”, llegó a decirme en más de una ocasión.
En medio de lo reducido de oportunidades que le podía brindar su tierra, estudió su primaria y se escapaba para escuchar en el teatro del viejo Juan la música de los charros mejicanos, que entre corridos y rancheras les daba paso a las canciones de Yaco Monti. Esos sonidos se habían metido muy dentro de su alma musical, pero más lo había impresionado la bulla que hacía su papá con el acordeón. Fue tanta la pasión por ese instrumento que quiso ser acordeonero, pero la fuerza de su canto terminó afianzando su amor por ese don.
Sus primeros asomos por la música no fueron nada fáciles. Siempre contó con el apadrinamiento de su hermano Misael, ya fallecido, quien lo alentaba en sus sueños musicales.
Siempre vivió en la búsqueda de una oportunidad en torno a la música. Era 1974, siendo estudiante del Colegio Nacional Loperena, pudo mostrar sus dotes de cantor en ciernes al representar a ese colegio en la quinta semana cultural organizada por Conalop. Allí se encontró con valores nuevos como él, entre ellos, Diomedes Díaz, Jorge Quiroz, Adalberto Ariño, Juvenal Daza, entre otros. Con una camisa de flores y con el pelo coposo, que le cubría los hombros, Rafael José se alzó con ese triunfo. Después vinieron muchos, pero él siempre dijo, “ese logró abrió mi realidad frente al canto”. Esa tarde, Diomedes Díaz Maestre con sus escasos 17 años le dio las canciones El 26 de mayo y Cariñito de mi vida. Las cantó a capela y le dijo, delante de varios estudiantes, que apoyábamos al representante del Loperena, “yo soy el cantor campesino”, “Yo soy el cacique de la Junta”. Se volvieron a ver cuando Rafael José le grabó la segunda obra, que se constituyó en el primer éxito musical, tanto para el autor como el intérprete.
En una feria de pueblo fue llevado por Julio de la Ossa a Aguachica como guacharaquero, sin saber él, que allí se daría paso a una de las historias musicales con mayor incidencia en nuestra música vallenata.
“El Gobernador del Cesar Manuel Germán Cuello Gutiérrez y el secretario de Educación José Manuel Díaz Cuadros me llevaron a una feria en Aguachica. Allí llegué sin voz, por el mal estado de las carreteras en ese tiempo. Estaba tratando de cumplir, con mi tarea de tocar y cantar, cuando apareció en la puerta un jovencito delgado, con una cabellera desordenada y una camisa de vistosos colores. Me dijo que si me podía ayudar, que él cantaba ante todo el repertorio de los Hermanos Zuleta. Él me salvó en esa feria. Su voz bonita, delgada, distinta, era como un tesoro. Entre las canciones, recuerdo a “El trovador ambulante”, contó el acordeonero Emilio Oviedo Corrales.
Fernando López Henao, el primer promotor que tuvo Codiscos en la Costa Atlántica, relató lo siguiente: “Rafael Orozco era menor de edad y el contrato fue firmado en 1975 por su padre Rafael Orozco Fernández. Ellos tenían un contrato individual y fue por tres años con un pago por mensualidad de $2.500.oo, más un costo fijo por cada interpretación de $466.oo. La compañía los trajo a Medellín, con todos los gastos pagos. Ya con el Binomio de Oro, sin haberse vencido el contrato anterior, se da inicio a un nuevo contrato, que se firmó el 1 de abril de 1977 hasta el 1 de abril de 1979 y el pago fue: 1 LP $ 185.000, 2 LP $ 190.00 y 3 LP $ 200.000 y un 4 LP opcional por $ 250.000”.
Israel Romero Ospino, el hijo de Ana y Escolástico, quien tiene la historia completica de algo que entre los dos construyeron con mucha pasión, y en defensa de la música vallenata: “A mi compadre y hermano Rafael lo conocí en Manaure, Cesar, en una fiesta a donde fui invitado por Poncho” Cotes. Allí lo vi cantar. Aparte de su manera de hacerlo, me gustó una camisa de colores que tenía, que prometió regalarme. Así nos vimos por primera vez. Él se dedicó a su grabación con Emilio Oviedo y yo, con Daniel Celedón. Los dos al inicio de nuestras carreras musicales tuvimos éxitos. Luego nos unimos en Barranquilla, en el cumpleaños de Lenin Bueno Suárez, quien fue vital en el nombre de nuestra organización musical “El Binomio de Oro”, cuya historia, es de la más impactante que se ha dado en la música nacional. Nosotros nacimos para triunfar”.
El tiempo pasa y vendrán otros más, esto no será la barrera para que su labor sea contada por las generaciones que hablen, escriban, canten, compongan e interpreten ese vallenato, que en cada uno de sus tiempos, ha sabido narrar los andares, saberes y decires de una tierra musical, donde nació para alegrar el alma de una Nación.
Por: Félix Carrillo Hinojosa*
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Rafael Orozco, El Canto Y La Risa De Un Inmortal
Fuente: El Espectador http://www.elespectador.com | Fecha: 2017-06-20 | Visitas: 11981
Se cumplieron 25 años de la muerte del cantante vallenato Rafael Orozco y Codiscos le rinde homenaje publicando una colección con 20 de sus títulos memorables. Recordamos parte de la historia del artista.
Esa noche del 11 de junio de 1992, la risa y el canto del muchacho que había vencido las dificultades dentro y fuera de su tierra natal, se marchaba sin despedida. Diez dardos mortales, cegaron su vida, la misma que en segundos, pasó a la inmortalidad. Abrazado a él, estaba Clara Elena, su compañera, su novia eterna, lo miró cubierta de llanto, mientras trataba de reanimar el cuerpo. No pudo hacer nada. Vio como él subía al cielo a hablar con Dios, al tiempo que relataba para ella cómo fueron esos amores con Rafael José: “Estaba comenzando el año de 1975, él llegó con toda su familia a Urumita, La Guajira, a la misa de un hermano mío. Nuestras miradas se encontraron varias veces y nos enamoramos sin decirnos nada. Fue un amor a primera vista. Él me busca, igual hacía yo. Sentía que me miraba y estaba pendiente de mí”. Su imaginación volaba y sin detenerse decía, “estudiaba en el Colegio La Sagrada Familia y a él lo acaban de echar del Loperena por tremendo. Se fue a terminar el bachillerato en el Ciro Pupo de la Paz, Cesar”.
“El aprovechaba, que “Checho” Corrales, compañero de andanzas y expulsado con él, era de mi pueblo, para mandarme todos los viernes recados amorosos en papelito, esquelas, cartas, que guardaba con mucho cuidado, ya que mis padres eran celosos. Nunca nos pudimos ver a escondidas. Solo en Barranquilla pudimos realizar todo lo que nuestro amor tenía para los dos. Nos casamos en la iglesia Santa Bernardita el 5 de marzo de 1977. De todo ese afecto nacieron nuestras hijas Kelly, Wendy y Loraine, quienes llevan a mucho honor, todo lo vivido por Rafael y yo”.
Desde ese instante hasta hoy, han pasado veinticinco años, sin su presencia física, más sí, la confirmación, de la vigencia de su obra musical.
Pero, ¿quién es esa persona, que escaló la gloria más temprano que tarde y alzó vuelo al infinito, a los treinta y ocho años?
Estuve en su tierra conocida como Becerril del Campo, en donde ya quedan pocos de esos amigos que crecieron con él. En nicho natural, el ruido musical de su obra se divulga en los grandes equipos de sonidos, que ponen en las esquinas. Allí nació el 24 de marzo de 1954 en el hogar de Cristina Maestre y Rafael Orozco, quienes conformaron una familia con trece hijos. Sus padres habían llegado de Zambrano, un caserío cercano a San Juan del Cesar, La Guajira. Rafael José, desde pequeño se dedicó a llenar las vasijas con agua del río Maracas y venderlas en el burro “Ñato”. Siempre me dijo, que le gustaba ese oficio, solo por contemplar la música que brotaba del choque del agua con las piedras. “Eso me hizo musical”, llegó a decirme en más de una ocasión.
En medio de lo reducido de oportunidades que le podía brindar su tierra, estudió su primaria y se escapaba para escuchar en el teatro del viejo Juan la música de los charros mejicanos, que entre corridos y rancheras les daba paso a las canciones de Yaco Monti. Esos sonidos se habían metido muy dentro de su alma musical, pero más lo había impresionado la bulla que hacía su papá con el acordeón. Fue tanta la pasión por ese instrumento que quiso ser acordeonero, pero la fuerza de su canto terminó afianzando su amor por ese don.
Sus primeros asomos por la música no fueron nada fáciles. Siempre contó con el apadrinamiento de su hermano Misael, ya fallecido, quien lo alentaba en sus sueños musicales.
Siempre vivió en la búsqueda de una oportunidad en torno a la música. Era 1974, siendo estudiante del Colegio Nacional Loperena, pudo mostrar sus dotes de cantor en ciernes al representar a ese colegio en la quinta semana cultural organizada por Conalop. Allí se encontró con valores nuevos como él, entre ellos, Diomedes Díaz, Jorge Quiroz, Adalberto Ariño, Juvenal Daza, entre otros. Con una camisa de flores y con el pelo coposo, que le cubría los hombros, Rafael José se alzó con ese triunfo. Después vinieron muchos, pero él siempre dijo, “ese logró abrió mi realidad frente al canto”. Esa tarde, Diomedes Díaz Maestre con sus escasos 17 años le dio las canciones El 26 de mayo y Cariñito de mi vida. Las cantó a capela y le dijo, delante de varios estudiantes, que apoyábamos al representante del Loperena, “yo soy el cantor campesino”, “Yo soy el cacique de la Junta”. Se volvieron a ver cuando Rafael José le grabó la segunda obra, que se constituyó en el primer éxito musical, tanto para el autor como el intérprete.
En una feria de pueblo fue llevado por Julio de la Ossa a Aguachica como guacharaquero, sin saber él, que allí se daría paso a una de las historias musicales con mayor incidencia en nuestra música vallenata.
“El Gobernador del Cesar Manuel Germán Cuello Gutiérrez y el secretario de Educación José Manuel Díaz Cuadros me llevaron a una feria en Aguachica. Allí llegué sin voz, por el mal estado de las carreteras en ese tiempo. Estaba tratando de cumplir, con mi tarea de tocar y cantar, cuando apareció en la puerta un jovencito delgado, con una cabellera desordenada y una camisa de vistosos colores. Me dijo que si me podía ayudar, que él cantaba ante todo el repertorio de los Hermanos Zuleta. Él me salvó en esa feria. Su voz bonita, delgada, distinta, era como un tesoro. Entre las canciones, recuerdo a “El trovador ambulante”, contó el acordeonero Emilio Oviedo Corrales.
Fernando López Henao, el primer promotor que tuvo Codiscos en la Costa Atlántica, relató lo siguiente: “Rafael Orozco era menor de edad y el contrato fue firmado en 1975 por su padre Rafael Orozco Fernández. Ellos tenían un contrato individual y fue por tres años con un pago por mensualidad de $2.500.oo, más un costo fijo por cada interpretación de $466.oo. La compañía los trajo a Medellín, con todos los gastos pagos. Ya con el Binomio de Oro, sin haberse vencido el contrato anterior, se da inicio a un nuevo contrato, que se firmó el 1 de abril de 1977 hasta el 1 de abril de 1979 y el pago fue: 1 LP $ 185.000, 2 LP $ 190.00 y 3 LP $ 200.000 y un 4 LP opcional por $ 250.000”.
Israel Romero Ospino, el hijo de Ana y Escolástico, quien tiene la historia completica de algo que entre los dos construyeron con mucha pasión, y en defensa de la música vallenata: “A mi compadre y hermano Rafael lo conocí en Manaure, Cesar, en una fiesta a donde fui invitado por Poncho” Cotes. Allí lo vi cantar. Aparte de su manera de hacerlo, me gustó una camisa de colores que tenía, que prometió regalarme. Así nos vimos por primera vez. Él se dedicó a su grabación con Emilio Oviedo y yo, con Daniel Celedón. Los dos al inicio de nuestras carreras musicales tuvimos éxitos. Luego nos unimos en Barranquilla, en el cumpleaños de Lenin Bueno Suárez, quien fue vital en el nombre de nuestra organización musical “El Binomio de Oro”, cuya historia, es de la más impactante que se ha dado en la música nacional. Nosotros nacimos para triunfar”.
El tiempo pasa y vendrán otros más, esto no será la barrera para que su labor sea contada por las generaciones que hablen, escriban, canten, compongan e interpreten ese vallenato, que en cada uno de sus tiempos, ha sabido narrar los andares, saberes y decires de una tierra musical, donde nació para alegrar el alma de una Nación.
Por: Félix Carrillo Hinojosa*
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Rafael Orozco, El Canto Y La Risa De Un Inmortal
Fuente: El Espectador http://www.elespectador.com | Fecha: 2017-06-20 | Visitas: 11981
Se cumplieron 25 años de la muerte del cantante vallenato Rafael Orozco y Codiscos le rinde homenaje publicando una colección con 20 de sus títulos memorables. Recordamos parte de la historia del artista.
Esa noche del 11 de junio de 1992, la risa y el canto del muchacho que había vencido las dificultades dentro y fuera de su tierra natal, se marchaba sin despedida. Diez dardos mortales, cegaron su vida, la misma que en segundos, pasó a la inmortalidad. Abrazado a él, estaba Clara Elena, su compañera, su novia eterna, lo miró cubierta de llanto, mientras trataba de reanimar el cuerpo. No pudo hacer nada. Vio como él subía al cielo a hablar con Dios, al tiempo que relataba para ella cómo fueron esos amores con Rafael José: “Estaba comenzando el año de 1975, él llegó con toda su familia a Urumita, La Guajira, a la misa de un hermano mío. Nuestras miradas se encontraron varias veces y nos enamoramos sin decirnos nada. Fue un amor a primera vista. Él me busca, igual hacía yo. Sentía que me miraba y estaba pendiente de mí”. Su imaginación volaba y sin detenerse decía, “estudiaba en el Colegio La Sagrada Familia y a él lo acaban de echar del Loperena por tremendo. Se fue a terminar el bachillerato en el Ciro Pupo de la Paz, Cesar”.
“El aprovechaba, que “Checho” Corrales, compañero de andanzas y expulsado con él, era de mi pueblo, para mandarme todos los viernes recados amorosos en papelito, esquelas, cartas, que guardaba con mucho cuidado, ya que mis padres eran celosos. Nunca nos pudimos ver a escondidas. Solo en Barranquilla pudimos realizar todo lo que nuestro amor tenía para los dos. Nos casamos en la iglesia Santa Bernardita el 5 de marzo de 1977. De todo ese afecto nacieron nuestras hijas Kelly, Wendy y Loraine, quienes llevan a mucho honor, todo lo vivido por Rafael y yo”.
Desde ese instante hasta hoy, han pasado veinticinco años, sin su presencia física, más sí, la confirmación, de la vigencia de su obra musical.
Pero, ¿quién es esa persona, que escaló la gloria más temprano que tarde y alzó vuelo al infinito, a los treinta y ocho años?
Estuve en su tierra conocida como Becerril del Campo, en donde ya quedan pocos de esos amigos que crecieron con él. En nicho natural, el ruido musical de su obra se divulga en los grandes equipos de sonidos, que ponen en las esquinas. Allí nació el 24 de marzo de 1954 en el hogar de Cristina Maestre y Rafael Orozco, quienes conformaron una familia con trece hijos. Sus padres habían llegado de Zambrano, un caserío cercano a San Juan del Cesar, La Guajira. Rafael José, desde pequeño se dedicó a llenar las vasijas con agua del río Maracas y venderlas en el burro “Ñato”. Siempre me dijo, que le gustaba ese oficio, solo por contemplar la música que brotaba del choque del agua con las piedras. “Eso me hizo musical”, llegó a decirme en más de una ocasión.
En medio de lo reducido de oportunidades que le podía brindar su tierra, estudió su primaria y se escapaba para escuchar en el teatro del viejo Juan la música de los charros mejicanos, que entre corridos y rancheras les daba paso a las canciones de Yaco Monti. Esos sonidos se habían metido muy dentro de su alma musical, pero más lo había impresionado la bulla que hacía su papá con el acordeón. Fue tanta la pasión por ese instrumento que quiso ser acordeonero, pero la fuerza de su canto terminó afianzando su amor por ese don.
Sus primeros asomos por la música no fueron nada fáciles. Siempre contó con el apadrinamiento de su hermano Misael, ya fallecido, quien lo alentaba en sus sueños musicales.
Siempre vivió en la búsqueda de una oportunidad en torno a la música. Era 1974, siendo estudiante del Colegio Nacional Loperena, pudo mostrar sus dotes de cantor en ciernes al representar a ese colegio en la quinta semana cultural organizada por Conalop. Allí se encontró con valores nuevos como él, entre ellos, Diomedes Díaz, Jorge Quiroz, Adalberto Ariño, Juvenal Daza, entre otros. Con una camisa de flores y con el pelo coposo, que le cubría los hombros, Rafael José se alzó con ese triunfo. Después vinieron muchos, pero él siempre dijo, “ese logró abrió mi realidad frente al canto”. Esa tarde, Diomedes Díaz Maestre con sus escasos 17 años le dio las canciones El 26 de mayo y Cariñito de mi vida. Las cantó a capela y le dijo, delante de varios estudiantes, que apoyábamos al representante del Loperena, “yo soy el cantor campesino”, “Yo soy el cacique de la Junta”. Se volvieron a ver cuando Rafael José le grabó la segunda obra, que se constituyó en el primer éxito musical, tanto para el autor como el intérprete.
En una feria de pueblo fue llevado por Julio de la Ossa a Aguachica como guacharaquero, sin saber él, que allí se daría paso a una de las historias musicales con mayor incidencia en nuestra música vallenata.
“El Gobernador del Cesar Manuel Germán Cuello Gutiérrez y el secretario de Educación José Manuel Díaz Cuadros me llevaron a una feria en Aguachica. Allí llegué sin voz, por el mal estado de las carreteras en ese tiempo. Estaba tratando de cumplir, con mi tarea de tocar y cantar, cuando apareció en la puerta un jovencito delgado, con una cabellera desordenada y una camisa de vistosos colores. Me dijo que si me podía ayudar, que él cantaba ante todo el repertorio de los Hermanos Zuleta. Él me salvó en esa feria. Su voz bonita, delgada, distinta, era como un tesoro. Entre las canciones, recuerdo a “El trovador ambulante”, contó el acordeonero Emilio Oviedo Corrales.
Fernando López Henao, el primer promotor que tuvo Codiscos en la Costa Atlántica, relató lo siguiente: “Rafael Orozco era menor de edad y el contrato fue firmado en 1975 por su padre Rafael Orozco Fernández. Ellos tenían un contrato individual y fue por tres años con un pago por mensualidad de $2.500.oo, más un costo fijo por cada interpretación de $466.oo. La compañía los trajo a Medellín, con todos los gastos pagos. Ya con el Binomio de Oro, sin haberse vencido el contrato anterior, se da inicio a un nuevo contrato, que se firmó el 1 de abril de 1977 hasta el 1 de abril de 1979 y el pago fue: 1 LP $ 185.000, 2 LP $ 190.00 y 3 LP $ 200.000 y un 4 LP opcional por $ 250.000”.
Israel Romero Ospino, el hijo de Ana y Escolástico, quien tiene la historia completica de algo que entre los dos construyeron con mucha pasión, y en defensa de la música vallenata: “A mi compadre y hermano Rafael lo conocí en Manaure, Cesar, en una fiesta a donde fui invitado por Poncho” Cotes. Allí lo vi cantar. Aparte de su manera de hacerlo, me gustó una camisa de colores que tenía, que prometió regalarme. Así nos vimos por primera vez. Él se dedicó a su grabación con Emilio Oviedo y yo, con Daniel Celedón. Los dos al inicio de nuestras carreras musicales tuvimos éxitos. Luego nos unimos en Barranquilla, en el cumpleaños de Lenin Bueno Suárez, quien fue vital en el nombre de nuestra organización musical “El Binomio de Oro”, cuya historia, es de la más impactante que se ha dado en la música nacional. Nosotros nacimos para triunfar”.
El tiempo pasa y vendrán otros más, esto no será la barrera para que su labor sea contada por las generaciones que hablen, escriban, canten, compongan e interpreten ese vallenato, que en cada uno de sus tiempos, ha sabido narrar los andares, saberes y decires de una tierra musical, donde nació para alegrar el alma de una Nación.
Por: Félix Carrillo Hinojosa*