Iván Ovalle se cansó de estar callado. No aguantó más el brincoleo repetitivo ni el melifluo romantiqueo. Ambas corrientes del vallenato, con los años, reemplazaron la jocosa vertiginosidad de canciones como Parranda, ron y mujer, y el sentimiento transparente de temas como Noches sin lucero. La esencia de estas composiciones la suplantó una estética post-reguetónica de canciones como La borrachera y Materialista, lejanas, en el tiempo, del vallenato tradicional.
Lo dicho no es ninguna novedad. Todos los que crecieron bajo el influjo de la puya, el son, el merengue y el paseo —ampliemos el universo: el porro, la cumbia, el bullerengue, el fandango— saben que algo no funciona en la música que hoy se promociona en las emisoras. Todos saben que eso que suena en un escenario de luces robóticas y bailarinas donairosas no es vallenato. Pero, a la luz de los que hoy dominan el mercado musical del Caribe, lo importante es pegar y como eso es lo que pega, pues hagámosle. La inconsciencia se vuelve norma.
La declaratoria de la Unesco —que no fue un premio ni un reconocimiento, sino un llamado de atención para rescatar un ritmo centenario perdido bajo las leyes del mercado— ayudó para que muchos despertaran del letargo en que estaban. Otros, por el contrario, aprovecharon la coyuntura para seguir con el negocio. Entre los primeros podemos mencionar a Iván Ovalle; entre los segundos a Omar Geles, quien recientemente entregó una canción a Jorge Oñate en la que ataca lo que tanto ha hecho en los últimos años: pegar en la radio, mientras sacrifica el folclor.
En este ahora que nos convoca no hay tiempos para evaluar lo que ocurre con el vallenato. Los que quieran un diagnóstico de la situación lean el Plan especial de salvaguardia para la música vallenata tradicional. Allí están las explicaciones sociológicas, políticas, comerciales, históricas y musicales de lo que ocurre con esta y, por extensión, con todas las músicas del Caribe colombiano. Pero no es eso lo que debemos procurar.
Este tiempo exige acciones concretas, se necesita enrostrar a aquellos que hoy comercian y se lucran —al tiempo que lo prostituyen— con el folclor. Ello lo intuyó Iván Ovalle y, utilizando las posibilidades que ofrecen las redes sociales, les habló al oído a Peter, Silvestre, Kvrass, Diego Daza, Omar Geles y a cuanto buhonero —que con la excusa de hacerlo universal y cercano a las nuevas generaciones— se encuentra deformando, despedazando, retazeando un ritmo puro en sentimiento, rico en letras y valeroso en reflejar costumbres.
—¿Maestro, en qué momento decidió usted alzar la voz contra sus propios colegas?— Le pregunto a Iván Ovalle.
—Yo venía observando lo que estaba pasando con el folclor. Veía composiciones simples, sin adorno metafórico y sin recursos literarios. Por eso me dije que había que tomar las riendas de la situación y opinar cuando una canción estuviera mala. Un día me dije: “Hasta aquí llego yo. Hasta aquí llega mi silencio. Yo voy a empezar a opinar, porque me duele lo que está pasando con mi folclor”.
Su voz de descontento no era la única. Ya en los márgenes, lejos de los grandes escenarios, estaban los trabajos de los cantautores Adrián Villamizar, Rosendo Romero y Santander Durán Escalona. Fueron ellos quienes lideraron, en mayor o menor medida, el proyecto ante la Unesco. Ellos solos —sin apoyo de esa empresa privada, de ese negocio familiar, llamado Festival de la Leyenda Vallenata, y contra la incrédula desidia de empresarios, intérpretes y disqueras, que en últimas son los que se llevan todo el billete que produce el vallenato en Colombia— lograron que esta música del Caribe sea patrimonio inmaterial de la humanidad y exista un plan de salvaguardia creado por ellos mismos.
En la música de este tiempo —como en la vida de este tiempo— el negocio es permanecer callado. Y mucho más cuando eres compositor de un género que nació entre la complacencia de compadres. El compositor vive de que le graben sus canciones y de que estas posteriormente peguen en la radio. Por eso cuando uno de ellos decide señalar con nombre propio a los que hoy vierten a la basura el trabajo de más un siglo de folclor, arriesga no solo su profesión sino el pan de todos los días.
Claro, el mercado musical vallenato está dominado por artistas jóvenes y enrostrarlos es autosometerse a la censura. Hasta la fecha, a las críticas de Iván Ovalle han respondido el grupo Kvrass, Rolando Ochoa y, recientemente, Omar Geles. Uno de los primeros trinos del maestro Iván Ovalle decía: “Qué lástima que Silvestre Dangond, Omar Geles, el grupo Kvrass y Wilfran Castillo ya no quieran cantar vallenato y se hayan ido para otro género”.
Después del trino, vinieron una serie de respuestas desobligantes en algunos casos; y en otros, más sensatas. Quienes respondieron a sus críticas ponderan el negocio por encima del folclor. “Lo que hacemos es bueno, porque a la gente le gusta”, dicen siempre creyéndose poseedores de la verdad.
Rolando Ochoa dijo en un video en Youtube que lo suyo hacía parte de la evolución misma del vallenato y que lo importante era que sus canciones pegaban en la radio y a las nuevas generaciones les gustaba. Le pregunto a Ovalle sobre estas declaraciones y me dice que el problema es que la gente consume lo que le pongan, lo que se publicita.
—Mira, Víctor, —me dice vehemente— qué bacano es pegar con nuestro vallenato y qué fácil es hacerlo con reguetón. En este tiempo es más fácil pegar con reguetón que con vallenato. A mí no me vengan con el cuento de que Silvestre para poder pegar tiene que tocar música urbana. Eso no cierto. Eso no es cierto —repite—. Allí tenemos el ejemplo de Carlos Vives, de Jorge Celedón y del Binomio. Ellos más internacionales no pueden ser y lo son tocando vallenato.
—¿Qué opinión le merece la respuesta de Kvrass?
—Una actitud infantil la de los muchachos de Kvrass. No podíamos esperar menos. Ellos no quieren comprender que no hacen vallenato. Ellos deberían ser sinceros y aceptar que están incursionando en la música urbana. Que no pueden presentarse en la categoría vallenato cumbia del Grammy Latino porque su música no es vallenato. Y también deben aceptar que La borrachera no pertenece al género y por eso no puede recibir un premio a la mejor canción vallenata del año.
La respuesta del maestro se dirige hacia dos circunstancias que rodearon al género hace unas semanas. El último ganador del Grammy Latino en la categoría vallenato cumbia fue el bogotano Fonseca por su álbum Homenaje a Diomedes Díaz. El cantante se llevó el gramófono superando a artistas puramente vallenatos como Martín Elías y Pipe Peláez. Y recientemente, en los Premios Luna, la mejor canción vallenata del año fue el éxito post-reguetónico-discotequero-multiforme de La borrachera.
Ambas circunstancias fueron abordadas por Iván Ovalle en su Twitter y otra vez llovieron sobre él las críticas. En su momento Ovalle hizo estos dos trinos: Hoy @Fonseca se ganó el Grammy en categoría Vallenato ¿qué significa esto? @GrupoKvrass @SilvestreFDC @OrlandoLinan @PeterManjarres y demás. “Qué lástima que @leymartinorozco @PremiosLuna no sepan de vallenato; y entreguen un premio a nombre del vallenato a un tema que no lo es #LaBorrachera”.
Ovalle reconoce que muchas veces se siente agredido y que los comentarios insultantes son más en comparación con las voces de apoyo. También afirma que detrás de estos artistas hay mucho dinero y que no es fácil acabar con una industria tan poderosa. Otra vez: la inconsciencia se vuelve norma y la fiesta continúa.
Nadie duda del lugar de Iván Ovalle en la música vallenata. Sus canciones han sido grabadas por los más grandes intérpretes del género: Pocho Zuleta, Diomedes Díaz, Iván Villazón, El binomio de oro. Muchas de sus canciones son conocidas por dos generaciones de colombianos. Actualmente, él mismo recorre el país cantando, en plazas y fiestas privadas, los más de 200 éxitos que le ha dado al folclor de esta tierra durante 25 años de vida musical. Volver a la ternura, La fuerza del amor, El payaso de la esquina son solo algunos nombres de una larga lista de éxitos que permanecen indelebles en la gente del Caribe y de Colombia.
—Los compositores actuales no son eruditos, no tienen la sapiencia necesaria para escribir una buena canción, no leen —vuelve a arremeter— Esta nueva generación no tiene idea de cultura y no saben cómo adornar un verso con una metáfora. Por eso se dejan llevar por los intereses de los artistas que están pegados. Estos les dicen “hazme una canción que diga esto y que hable de esto, y que se pegue en la discoteca” Y como ellos llevan esa ansia de dinero y de fama la hacen rapidito. Toman de aquí y de allá y allí está el éxito.
Pegar como sea. Parece que eso es lo más importante en el vallenato. Hace un tiempo escuché una entrevista en la que Felix Carrillo hablaba de que el género iba a estar, a la vuelta de los años, en el centro de las músicas de América Latina. Esto lo han ido consiguiendo, poco a poco, los artistas que surgieron del vallenato, no así el género. Estar pegado tiene sus costos, el más evidente de todos es estar al servicio de los vaivenes del mercado. Ese mismo deseo de estar pegado, de seguir vigente, es lo que ha hecho que Jorge Oñate grabe canciones tan desalentadoras como La aplanadora, que Silvestre Dangond transmute con el paso de las producciones y que el mejor compositor de este tiempo sea Omar Geles.
Omar Geles será recordado por Los caminos de la vida. Después de esa canción, y de una que otra de sus primeros años, el resto es palabra anodina, verso cojo. El tipo es un mercader del folclor, un paridor de éxitos. Eso de estar siempre pegado lo aplica Geles a la perfección. Por eso se ha metamorfoseado con los años y hoy se bambolea al ritmo de los tiempos ¿Versatilidad, ingenio? No. Negocio.
Los caminos de la vida es, pese a la sintaxis desastrosa, una canción sincera. Después de esto Omar Geles —gran acordeonero— empezó a manufacturar éxitos en masa de acuerdo con las necesidades del mercado. Cuando estaba de moda que las mujeres cantaran, compuso canciones para ellas (Tarde lo conocí, Me dejaste sin nada). Fue Omar Geles quien hizo más profusa la tonadilla edulcorada de las canciones románticas. Fue el primero en aprenderse el molde de la “Nueva ola” y, empezó a botar baratijas del estilo Te dejé (Peter Manjarrés), Aquí va ve vaina (Kvrass), La aplanadora (Jorge Oñate), Me gusta, me gusta (Silvestre Dangond), No puedo (Kvrass).
Contra estas últimas composiciones también ha elevado la crítica Iván Ovalle. Y otra vez han aparecido las réplicas: recientemente Omar Geles subió el video de una canción en sus redes sociales en que, aunque acompañado de una nota que dice lo contrario, responde cada una de las críticas de Iván Ovalle. “No pierdo el tiempo criticando a mis colegas, yo me la paso es creando, produciendo y disfrutando”, dice la canción.
A esta canción, semanas después, Iván Ovalle le hizo la contrarréplica, como debe ser, cantando. En la canción Ovalle canta: “Porque todo no es dinero, porque todo no es la plata. Esto merece resto, el folclor no se maltrata”.
Iván Ovalle ha querido reemplazar las críticas por acciones. Por ello, desde hace unas semanas promociona el Movimiento Cultural Activo. Bajo esta etiqueta pretende pasar del activismo en las redes a las acciones en la cotidianidad. “A partir de hoy, por cada artista vallenato que grabe en ritmos extranjeros, vamos a prender una vela en la Plaza Alfonso López”, dijo alguna vez.
Yo soy pesimista, yo creo que la máquina de parir éxitos seguirá andando, que el negocio ya está montado y que difícilmente se podrá hacer algo para cambiar lo que ocurre con el folclor. En este sentido se dirige mi última pregunta al maestro Iván.
—¿Ante este panorama tan desolador, ante la muerte de los grandes ritmos musicales de América Latina, ante la uniformización de la estética musical, ante la payola, ante la piratería, ante los mercaderes del arte, hay alguna posibilidad de salvar el vallenato?
—Yo veo una luz al final del túnel— me responde con una frase hecha—. Esa luz es el Plan especial de salvaguardia. El Plan debe hacerse extensivo al porro, a la cumbia, al currulao y a todos los ritmos de Colombia. Si el plan se ejecuta, el futuro del vallenato está asegurado. Pero para ello debemos seguir el ejemplo de países como México que hoy regula la programación musical de las emisoras y garantiza que un 50\% de lo que se escucha en la radio es de artistas nacionales. El MinTIC, así como obligó a las emisoras a poner el himno nacional a las seis de la mañana y a las seis de la tarde, debe hacer lo mismo con los géneros musicales tradicionales de Colombia.
La razón última que me da Iván Ovalle en su lucha me resulta más contundente y más válida: “A mí me duelen los niños que hoy crecen escuchando un ritmo que no es el vallenato, son ellos los principales afectados. Los viejos artistas ya dejaron la plana hecha, y les corresponde a los nuevos llevar el vallenato a todos los rincones del mundo, pero el vallenato de verdad”.
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